El alcance de la teoría de Lakoff, por discutibles que sean
algunas de sus hipótesis, rebasa el ámbito estadounidense, aunque
sus aplicaciones directas tengan como referencia la cultura de ese
país.
Manuel Castells
¿Qué tiene que ver la neurolingüística con la política? Al
parecer bastante, si juzgamos por el entusiasmo que despierta entre
los medios demócratas y progresistas de EEUU la teoría de George
Lakoff. Cuando este académico mundialmente famoso, catedrático de
ciencia cognitiva en Berkeley, da una de sus frecuentes charlas a lo
largo de la geografía de EEUU, miles de personas hacen cola para
escucharle. No vienen movidos por un interés científico, sino por su
frustración política. Les quema el sentimiento de ver como sus
conciudadanos siguen votando a George W. Bush y a los
neoconservadores a pesar del deterioro de su nivel de vida y de la
continuación de una guerra que rechaza la gran mayoría de la
población. No es sólo el miedo al terrorismo o un nacionalismo mal
entendido, les dice Lakoff. Es, según él, la capacidad de los
estrategos republicanos de activar estructuras mentales
inconscientes que motivan nuestros comportamientos sin prestar
atención a la racionalidad de nuestros intereses o a los datos de la
realidad. Lakoff se ha convertido en el símbolo de una regeneración
de la política demócrata estadounidense.
Su panfleto político “¡No pienses en un elefante!” (el elefante
es el símbolo del Partido Republicano) es un best seller y está
prologado por Howard Dean, el actual presidente del Partido
Demócrata. Hillary Clinton, probablemente la candidata presidencial
demócrata en 2008, lo llama a consulta, al igual que los principales
líderes del partido. “The New York Times” ha dedicado un reportaje
especial a la influencia de Lakoff. Y multimillonarios como George
Soros y otros están financiando el Rockridge Institute, una
fundación para la formación política que prepara a los candidatos y
agentes de campañas políticas del Partido Demócrata para las
próximas elecciones, poniendo en práctica las hasta ahora abstractas
teorías de este científico metido a político por la indignación que
siente hacia lo que pasa en su país y en el mundo por culpa de su
país.
¿De qué se trata entonces? ¿Ha descubierto Lakoff la piedra
filosofal de la manipulación política y por tanto el antídoto contra
ella? Pues algo así. Su idea es muy simple, aunque ha sido
sesudamente argumentada en varios volúmenes de investigación
importantes hasta llegar a su estadio panfletario. La ciencia
cognitiva ha establecido que pensamos en términos de marcos mentales
y metáforas, antes de entrar en el razonamiento analítico. Estos
marcos mentales (frames) tienen existencia material, están en las
sinapsis de nuestro cerebro, configurados físicamente en los
circuitos neuronales. Cuando la información que recibimos (los
datos) no se conforman a los marcos inscritos en nuestro cerebro,
nos quedamos con los marcos e ignoramos los hechos. Por ejemplo, si
se ha activado un marco que define al Presidente como protector
contra todos los peligros del mundo, cualquier información que
contradiga ese marco (como la falta de conexión entre Al Qaeda y
Sadam Hussein, o la inexistencia de armas de destrucción masiva)
tiene mucha dificultad para penetrar nuestra decisión consciente.
Naturalmente, si ese marco no es operativo o si otro tipo de marco
es el activado, entonces ocurre lo contrario, los datos se
convierten en argumentos en contra de la política del miedo.
Lakoff piensa que uno de los marcos más importantes es aquel que
se refiere al padre estricto y protector, al que tiene que castigar
por nuestro propio bien, el que define las reglas de conducta y las
transforma en disciplina, con respecto a nosotros y al mundo
exterior. Y sostiene que los republicanos más conservadores han
conseguido activar ese marco en una gran parte de la población. No
por casualidad, sino como resultado de una larga estrategia desde
hace tres décadas, para contrarrestar la hegemonía demócrata en la
población. Financiaron con decenas de millones de dólares
fundaciones y programas de investigación, reclutaron universitarios,
publicistas, periodistas, escritores, especialistas de la imagen, y
fueron perfeccionando poco a poco su lenguaje y su temática. Por
ejemplo, al hablar de los impuestos como carga tributaria sin
referirse a lo que se recibe a cambio de lo que se paga, se activa
el mito del ciudadano expoliado por el Estado. O al hablar de
matrimonio homosexual (en lugar de unión entre personas) se implica
la devaluación de algo sacrosanto para mucha gente. Lo cual tiene
consecuencias en la política. Porque Lakoff sostiene, apoyándose en
estudios electorales, que la mayoría de la gente no vota por sus
intereses, sino en función de su identidad. Los ciudadanos votan
“según su identidad, sobre la base de quiénes son, de qué valores
tienen y a quién y a qué admiran”. Y los estereotipos culturales y
morales son los que más directamente enmarcan el voto por afinidad o
por rechazo.
Ahora bien, Lakoff rechaza la interpretación práctica que se hace
de sus enseñanzas en términos de reducirlo todo a una manipulación
lingüística. Al contrario, les dice a los políticos, lo importante
son las ideas y la relación de las ideas que se proponen con los
valores inscritos en la identidad de las personas. Pero como todos
tenemos distintos marcos de referencia, la clave es cómo activar
esos valores latentes, cómo hacer que el deseo de solidaridad sea
más fuerte que la agresividad individualista o el deseo de paz más
fuerte que el miedo. De hecho, acusa a los demócratas de reducir la
política a imágenes y de cambiar sus posiciones para conseguir el
voto. En contraste, dice él, con los neoconservadores que afirman
claramente sus valores, dicen exactamente lo que son y lo que
quieren, y con esta claridad de principios articulan estrategias de
comunicación no tanto para seducir a los electores, sino para
convencer a los ciudadanos. Si alguien llega a convencerse de la
justicia de la guerra en Irak como un reflejo de protección,
entonces estará dispuesto a entender los errores de Bush sobre las
armas de destrucción masiva y otras minucias. Por tanto, su fórmula
de entrenamiento político es afirmar claramente los valores
demócratas y progresistas y encontrar un lenguaje propio para
comunicarlos, en lugar de intentar vanamente oponer los hechos al
discurso articulado de los conservadores que busca establecer una
complicidad de valores.
El alcance de la teoría de Lakoff, por discutibles que sean
algunas de sus hipótesis, rebasa el ámbito estadounidense, aunque
sus aplicaciones directas tengan como referencia la cultura de ese
país. La idea de que la simple racionalidad o el cálculo del interés
propio no es el determinante central del comportamiento es
ampliamente aceptada, como muestra el éxito de los análisis en
términos de inteligencia emocional. Pero en el ámbito de la política
hay más resistencia a aceptarlo porque las ideologías liberal o
marxista del progreso mediante la razón han ido arrinconando los
valores y la identidad como fuentes de motivación en el espacio
público. Y, sin embargo, si pueblo tras pueblo votan con frecuencia
a favor de quienes representan intereses contradictorios a los
suyos, es que hay otros mecanismos que deciden el poder. Por eso la
gente busca, en EEUU y en otras partes, una explicación y una
práctica que les permita liberarse del laberinto de metáforas
inducidas en nuestros cerebros.
©La Vanguardia
(The New York Times
Syndicate)